21 de junio de 2005

K tras K

Si el Gobierno quiere beneficiarse con mayores recursos fiscales y de paso sustituir importaciones, tiene que aceptar que el costo a pagar es el de una creciente tasa de inflación, porque su superávit fiscal no le alcanza para comprar los dólares excedentes del balance comercial.
La política cambiaria del gobierno tiene el costo de una constante inflación que inevitablemente están pagando los sectores de ingresos fijos, quienes están reclamando incrementos de salarios para recuperar la pérdida del salario real. Así, estamos llegando a una lucha entre sectores para ver quien se hace cargo del costo del tipo de cambio alto. Si los empresarios con menores utilidades o los asalariados con menores ingresos reales. Los empresarios no quieren asumir el costo del impuesto inflacionario, las asalariados tampoco y el Gobierno pretende seguir mejorando sus ingresos sin verse claramente para qué dado que, dicho sea de paso, los bienes públicos que está ofreciendo distan mucho de alcanzar una mínima calidad aceptable.
Lo que sí se observa es que el impuesto inflacionario le permite al presidente inaugurar obras públicas permanentemente en este año electoral. Basta con ver el incremento que está teniendo este rubro en el gasto público, para advertir que semejante despliegue tiene un costo: el de volver a los viejos debates del pasado, sobre el cual se dice permanentemente no querer volver.

2 de junio de 2005

De la Congregación para la Doctrina de la Fe

Resumen.

La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la complementariedad de los sexos repropone una verdad puesta en evidencia por la recta razón y reconocida como tal por todas las grandes culturas del mundo. El matrimonio no es una unión cualquiera entre personas humanas. Ha sido fundado por el Creador, que lo ha dotado de una naturaleza propia, propiedades esenciales y finalidades. Ninguna ideología puede cancelar del espíritu humano la certeza de que el matrimonio en realidad existe únicamente entre dos personas de sexo opuesto, que por medio de la recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus personas. Así se perfeccionan mutuamente para colaborar con Dios en la generación y educación de nuevas vidas. (“Sed fecundos y multiplicaos”)

Sin embargo, según la enseñanza de la Iglesia, los hombres y mujeres con tendencias homosexuales « deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta ». Tales personas están llamadas, como los demás cristianos, a vivir la castidad. Pero la inclinación homosexual es « objetivamente desordenada », y las prácticas homosexuales « son pecados gravemente contrarios a la castidad ».

Es necesario recordar que la tolerancia del mal es muy diferente a su aprobación o legalización.

Ante el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, o la equiparación legal de éstas al matrimonio con acceso a los derechos propios del mismo, es necesario oponerse en forma clara e incisiva. Hay que abstenerse de cualquier tipo de cooperación formal a la promulgación o aplicación de leyes tan gravemente injustas, y asimismo, en cuanto sea posible, de la cooperación material en el plano aplicativo.

La comprensión de los motivos que inspiran la necesidad de oponerse a las instancias que buscan la legalización de las uniones homosexuales requiere algunas consideraciones éticas específicas, que son de diferentes órdenes.

De orden racional:

Toda ley propuesta por los hombres tiene razón de ley en cuanto es conforme con la ley moral natural, reconocida por la recta razón, y respeta los derechos inalienables de cada persona.

De orden biológico y antropológico:

Las uniones homosexuales [...] no están en condiciones de asegurar adecuadamente la procreación y la supervivencia de la especie humana.

Como demuestra la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad. La integración de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno desarrollo humano. Ciertamente tal práctica sería gravemente inmoral y se pondría en abierta contradicción con el principio, reconocido también por la Convención Internacional de la ONU sobre los Derechos del Niño, según el cual el interés superior que en todo caso hay que proteger es el del infante, la parte más débil e indefensa.

De orden social :

La sociedad debe su supervivencia a la familia fundada sobre el matrimonio.
Para sostener la legalización de las uniones homosexuales no puede invocarse el principio del respeto y la no discriminación de las personas. Distinguir entre personas o negarle a alguien un reconocimiento legal o un servicio social es efectivamente inaceptable sólo si se opone a la justicia. No atribuir el estatus social y jurídico de matrimonio a formas de vida que no son ni pueden ser matrimoniales no se opone a la justicia, sino que, por el contrario, es requerido por ésta.

De orden jurídico:

Dado que las parejas matrimoniales cumplen el papel de garantizar el orden de la procreación y son por lo tanto de eminente interés público, el derecho civil les confiere un reconocimiento institucional. Las uniones homosexuales, por el contrario, no exigen una específica atención por parte del ordenamiento jurídico, porque no cumplen dicho papel para el bien común.

Es falso el argumento según el cual la legalización de las uniones homosexuales sería necesaria para evitar que los convivientes, por el simple hecho de su convivencia homosexual, pierdan el efectivo reconocimiento de los derechos comunes que tienen en cuanto personas y ciudadanos. En realidad, como todos los ciudadanos, también ellos, gracias a su autonomía privada, pueden siempre recurrir al derecho común para obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco. Por el contrario, constituye una grave injusticia sacrificar el bien común y el derecho de la familia con el fin de obtener bienes que pueden y deben ser garantizados por vías que no dañen a la generalidad del cuerpo social.

En el caso de que en una Asamblea legislativa se proponga por primera vez un proyecto de ley a favor de la legalización de las uniones homosexuales, el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley. Conceder el sufragio del propio voto a un texto legislativo tan nocivo del bien común de la sociedad es un acto gravemente inmoral.

Del diario...

Gracias a Dios, ya es cosa bien sabida en estos tiempos que nadie puede desconocer los derechos humanos de una persona, y esto simplemente porque ellos no dependen del juicio de otro hombre. Sería demencial y anticuado pensar hoy en día que los derechos humanos de otro individuo son una cuestión que cada uno debe resolver en conciencia, pudiendo libremente reconocerlos o avasallarlos. Quiero decir: los derechos de otra persona no dependen de mí, ni mis derechos están a la disposición de otra persona.Así las cosas, resulta un sinsentido pensar que el aborto es una cuestión que cada uno debe evaluar en su propia conciencia. Pues, o los no nacidos no son personas humanas -y por tanto ni tienen derecho a la vida, ni la conciencia debe tomarse ninguna molestia en suprimir ese "lo que sea" que lleva una mujer en el embarazo- o, los no nacidos son personas, y entonces sus derechos, incluido el de nacer, no pueden ponerse a disposición de la conveniencia de otro hombre.

La ciencia ha llegado a la conclusión de que durante el embarazo y desde la unión del óvulo con el espermatozoide, hay en el vientre de la mujer una individualidad diferente y distinta, aunque dependiente, de la madre que lo lleva. Si hay un ser distinto, con sus características genéticas propias, que vive y crece, es claro que es persona. Persona en formación, pero persona al fin. Y como tal tiene derechos. Y estos derechos no los puede desconocer nadie, ni el Estado, ni un médico, ni la madre.