19 de marzo de 2013

¡Cuida tu corazón!



“Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón,

porque de él brotan las fuentes de la vida.”

(Pr 4,23)
Nos encontramos con un proverbio (refrán, dicho, apotegma) de instrucción o admonición. Esto queda claro porque la segunda parte del proverbio comienza con la expresión “porque”. Es decir, se añade a la ley o norma, o consejo, una segunda parte introducida por “porque” y así explicita lo anterior, lo completa. La instrucción ordena mediante imperativos, persuade y exhorta, al propio tiempo que ofrece razones para suscitar la obediencia.

Guarda tu corazón” es la expresión central del proverbio, cuyo verbo se halla en imperativo. Guardar el corazón es una exhortación que debe estar por encima de todo cuidado. Ahora bien, “corazón” en sentido bíblico (=mente), no es la sede de nuestros sentimientos sino de la percepción inteligente, de las decisiones y resoluciones (cf. 2Cor 9,7). El “corazón” es símbolo de la comprensión más que de la emoción. Conservar algo en el corazón significa "grabarlo en la mente".

Guardar el corazón es un programa que dura toda la vida. Estar atentos, vigilar, velar, orar –la “oración del corazón”–, son cotidianamente imprescindibles para guardar el corazón.

Un rápido paseo por los textos en que san Pablo utiliza este vocablo, arroja el siguiente resultado:

  • Con el corazón se cree (cf. Rm 10,10). El corazón es el centro o núcleo más íntimo   –no intimista– desde donde nos entregamos total y confiadamente a Dios por la fe.
  • De todo corazón estamos llamados a celebrar al Señor, no con un corazón dividido, sino de todo corazón, un corazón indiviso (cf. Ef 5,19)
  • Al igual que cumplir la voluntad de Dios, no a regañadientes, sino de todo corazón(cf. Ef 6,6)
  • El verdadero judío lo es interiormente, y la verdadera circuncisión es la del corazón, la que se hace según el espíritu (cf. Rm 2,29)
  • El amor brota de un corazón puro (cf. Tim 1,5).

“El amor brota de un corazón puro”... “guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida”…

Pero… ¿esto siempre es así? Digo, si aplicamos la “lógica”, ante la afirmación: “guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida”… ¿significa que siempre brotan del corazón las fuentes de la vida, y por eso debo guardarlo? ¿O más bien, debo guardarlo para que broten las fuentes de la vida?

Conocemos nuestro corazón… al menos un poco… bueno… si no lo conocemos, estamos al tanto de lo que pasa a nuestro alrededor, en nuestro mundo circundante… Leemos un periódico, vemos un “noticioso” –como decía mi abuela–, ¡incluso tenemos prójimos!... y eso basta para darnos por enterado de que no es tan mecánica la cosa…

Si repasamos los evangelistas, llama la atención que –según la traducción que he utilizado– san Juan no utilice la palabra “corazón”, salvo dos veces en que cita a Isaías, y las dos veces en el mismo versículo... (cf. Jn 12,40)

Algunos pasajes de los sinópticos:

  •  Soberbios de corazón (Lc 1,51)
  • Guardar el recuerdo en el corazón (Lc 1,66)
  • María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2,19)
  • El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Lc 6,45)
  • Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto. (Lc 8,15)
  • Él le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. (Lc 10,27)
  • Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. (Lc 12,34)
  • Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. (Mc 7,6) 
  • Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre. (Mc 7,21-23)
  • Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. (Mt 5,8)
  • Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. (Mt 11,29)

Sin querer queriendo, esta última lista de citas bíblicas ha quedado enmarcada por los “soberbios de corazón” y por la “humildad de corazón” de Cristo, del cual tenemos que aprender. Guardar el corazón, se me hace un viaje de la soberbia a la humildad de Cristo. Viaje diario, cuyo medio de transporte, como decíamos, puede ser la vigilancia, la oración, la fe… aunque me parece que el mejor medio es la cruz. Subirse a la cruz para llegar a la humildad de Cristo. Cargarla, abrazarla, y subirse a la cruz, siguiendo las huellas de y con quien es el Camino.

A veces, el transporte se nos pasa… por distintos motivos… nos quedamos dormidos, llegamos a destiempo por impuntuales, por alguna que otra distracción o despiste, etc. Pero ¡nunca es tarde! ¡Hoy, aquí, ahora, podemos comenzar –una vez más– el apasionante viaje hacia la libertad, hacia la verdad, es decir, hacia la humildad! ¡Es un viaje en el que se sube bajando! Es un viaje en que lo que cuenta no son mis músculos, sino la apertura, la respuesta confiada a quien nos atrae hacia sí, levantado en alto sobre la tierra (cf Jn 12,32), como un faro que hace posible –porque ilumina y no sólo– nuestro caminar.

Del corazón-mente brota la vida. Vida en cuanto zoé, no en cuanto byos… es decir: vida eterna, vida abundante, vida de Dios… aquí me detengo, aunque el tema todavía da para más (Les Luthiers…:-)

El mundo tiene poco corazón a fuerza de haberlo descuidado, por eso: ¡cuidado!:

¡guarda tu corazón,

porque de él brotan las fuentes de la vida!

10 de marzo de 2013

Y comenzó la fiesta...



Cuando todavía estaba lejos, 
su padre lo vio 
y se conmovió profundamente; 
corrió a su encuentro, 
lo abrazó y lo besó. 
(Lc 15,20b)


La parábola de hijo pródigo, o mejor –y más justamente dicho- la parábola del padre misericordioso, es sin duda alguna, una de las páginas más bellas de la Sagrada Escritura. Muchos comentarios excelentes se han escrito sobre ella, ríos de tinta corren por el mundo haciendo resonar el eco de esta exquisita y penetrante parábola.

Hoy quisiera simple y sencillamente contemplar este versículo 20 (b).

Se produce el encuentro. Miseria y misericordia conviven. No hay palabras, no hay diálogo. No hay reproches, ni “echadas en cara”. No hay gritos ni vueltas de cara. Es el silencio del amor incondicional. (Repito, a ver si de una buena vez… ¡incondicional!) Es el gesto eterno de las entrañas de misericordia. Encuentro en silencio. Y quizás, por qué no, lágrimas. Silencio y lágrimas. Lágrimas, no por el vacío y la oscuridad del pecado experimentado en ese “país lejano”, sino lágrimas por el amor no correspondido, lágrimas por un “Dios tan bueno y tan grande como Vos”.

Si derramase lágrimas por sus miserias, por caer en la cuenta de que no es “perfecto”, de que las cosas le salen mal, o por vergüenza, etc., aún seguiría en el país lejano… o al menos cerca de la frontera… Porque sigue siendo su propio dios, su dios-yo, y el orgullo herido… las causas de las lágrimas soy yo-dios. No. Son lágrimas que provoca el Amor de verdad. Aquí se puede sacar mucha punta…

Lo último. En el silencio, al menos en esta oportunidad, hay movimiento. No hay palabras ni diálogo en este versículo… ¡pero cuántos verbos! Mirá:

Lo vio, se conmovió, corrió, lo abrazó, lo besó…

Qué hermoso es –y necesario-, especialmente para los que llevamos un Pelagio perfeccionista dentro, cerrar los ojos y abrirlos en aquella escena, en aquel momento, y quedarse allí... bajo la piel del hijo y la mirada del padre, que se conmueve y corre, nos abraza y nos besa.

Mi crítico interno –al que se suman varios rostros- (paranoias mediante:-) me dice: “sí pero…”. Lo sé, hay muchos “peros”, muchos “cuidado con esto”, muchos “no sé qué”. Sé que esto no es todo...

Pero dejame un ratito,
aunque sea un momento,
reposar en silencio,
sin palabras al viento, 
entre sus brazos y beso.


6 de marzo de 2013

Siempre inquieto…



Cielo y tierra se besan a lo lejos
y en mi interior, combatiendo,
el vuelo eterno y el tiempo
se disputan mi corazón inquieto.



 Amargo mármol, frío, yerto y prisionero
nave sin rumbo y ¡cuántos viajeros!
Siempre en superficie por evadir el Misterio
de las aguas profundas, de lo verdadero.

Navego hastiado, sin faro ni puerto,
reviso bolsillos de lágrimas llenos,
mendigo el bálsamo de los consuelos,
retorno al camino sacudiendo recuerdos.

Percibo nublado el encuentro primero
de alegrías y cantos por el Cordero
¿Será que no veo, porque no he muerto,
el Fruto viviente sobre el madero?

Tempestades y noches, inevitables riesgos
del peregrino que amansa el timón del silencio.
Mas, vencido el temor que amenaza quedo,
amanece el Amor que descubre lo Bello.

Un grito auténtico transforma el secreto
y nace confiado un futuro abierto.
Se asoman al fin los ojos sinceros,
las manos tendidas del nuevo comienzo.

Podemos, llenos de esperanza y consuelo
acometer la aventura de la partida hacia el fuego,
al vasto mar de los tiempos venideros,
hacia las costas lejanas que llevamos dentro.