Muchas
veces he presenciado conversaciones como éstas:
A: A mí no
me gusta tal Papa.
B: Pero,
disculpe usted, ¿qué ha leído de ese tal Papa?
A: No, la
verdad…, nada…
B: ¿En qué
se diferencia, pues, el Papa de cualquier modelo de pasarela? ¿No será más
profundo decir: a mí no me gusta lo que
dice –o escribe– tal Papa? Y aún más, ¿no será mucho más honesto
preguntarse: es o no verdad lo que
dice tal Papa, independientemente de que me guste o no?
A: Es usted
rígido, además de conservador…
B: Esa es
la famosa falacia ad hominem que paradójicamente confirma esta verdad…, o al
menos no la desmiente. Es el aggiornadísimo modo de pensar que no desmiente
ninguna proposición (verdadera), dado que por esencia no busca la Verdad.
A: ese es su modo de ver las cosas…
B: y ese es
el escepticismo protagórico…
¿No es
esto, tal vez, tan evidente como preferir el masajista al dentista, porque éste
me coloca inyecciones, aunque necesite un tratamiento de conducto?… ¿No será
esto, y no lo otro, ser rígido y conservador?
“El hombre
es la medida de todas las cosas”, sostiene Protágoras. Yo soy la medida de
todas las cosas, dice el necio en su interior (cf. Salmo 14,1). Y así, en la
mentira más profunda, en el engaño gigantescamente miope, vive como el dictador
del mundo del relativismo. “Soy yo quien establece la medida y la regla. Hago
todo a mi imagen y semejanza…”.
Fuerza
centrípeta y ciega, cual agujero negro que hace de todo cuanto a él llega:
nada. Pluralismo de mercado, que en el fondo sólo busca comodidad y una palmada
en la espalda.
Y a modo de
cambalache digo:
Es cierto,
la crisis es de Fe, y con ella (o porque ella), de Verdad y Humildad.
Lo escrito
aquí vale para la sagrada liturgia, y –claro– para la música litúrgica, también
para la moral y un largo, repito: largo etcétera.
Bendito el
hombre que acerca los hombres a Dios y Dios a los hombres, al modo de Dios.
Qué hermosa
experiencia de Dios, la de Job. Ese tremens
vivido a flor de piel que nos coloca en el puesto verdadero y justo: humildes
criaturas venidas del polvo… Con temor y
temblor, sacudón de por medio, ahora sé en Quién he puesto mi confianza y
por eso, me postro y adoro…
“Yo, la
medida de todas las cosas”. Esta expresión es absolutamente cierta, cuando
quien la afirma es Cristo. Cristo y sólo Él puede decir: Yo Soy la medida de
todas las cosas, o en su equivalente: “el Hombre (con mayúsculas) es la medida
de todas las cosas”. Tal como dice GS 22: Jesucristo manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.
Hay un
programa llamado “hablemos sin saber”… ¿fiel reflejo del hombre de hoy? ¿o de
los monos con navaja? Yo lo llamaría mejor: “preguntemos, sin saber”… pero ya
sé, esa es mi opinión…