5 de agosto de 2013

JMJ: una experiencia

Cristo. Siempre Cristo. El Resucitado, desde el Corcovado, con los brazos extendidos, abrazando Río y mar, abarcando al mundo entero. Hacia Ti nos dirigimos, peregrinos de los cinco continentes, peregrinos de la vida, peregrinos hacia la Vida. Se elevan hacia Ti nuestros ojos y con ellos nuestros brazos, nuestros corazones, para alabarte y contemplarte, para encontrarte y amarte.


Más allá de las innumerables incomodidades, aquí estamos, postrados a tus pies, rendidos ante Ti. Queremos escucharte, ser tus discípulos-misioneros. Tú nos llamas y nos envías: “vengan y vean … vayan y hagan”.

Una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, y Padre de todos. Así de hermosa es la Iglesia. Nuevo pueblo de Dios que no tiene fronteras y que abraza toda lengua y nación, culturas y costumbres. Unidos en tu Iglesia, bajo tu costado abierto para nosotros por el Amor.

Esto es lo que brota de mi corazón, a modo de agradecimiento, por la experiencia vivida en la JMJ.

No soy amigo de las estadísticas en lo que a la fe se refiere. No es la cantidad lo esencial. Sin embargo, es la primera vez que vivo personalmente un encuentro en el que, peregrinos de tantas y tan diversas naciones, nos unimos sabiéndonos hermanos en Cristo, hijos de un mismo Padre, profesando la misma fe.

La Buena Noticia, que tuvo un comienzo humilde, por así decir, en términos cuantitativos, se ha diseminado por el mundo; y el fuego del Espíritu ha encendido los corazones, y nos ha congregado, y nos ha dado la posibilidad de hablar el mismo lenguaje: el lenguaje del Amor.

El cariño y la admiración por el Santo Padre, el entusiasmo, la alegría, los cantos, fueron las notas dominantes a lo largo de estos días. Innumerables actividades se ofrecieron a los peregrinos, incluidas las catequesis preparadas por obispos de distintos países.

Como peregrinos enviados desde Mendoza, tuvimos muy presente, en cada una de las celebraciones (Santa Misa, Via Crucis, rosario, peregrinación, etc.), las intenciones, los sufrimientos y alegrías, las tristezas y esperanzas de cada uno. Especialmente en cada una de las Misas, colocamos en el altar la vida, los rostros, de todos los que se encomendaron a nuestras oraciones, de nuestras queridas comunidades, de los que quisieron venir y no pudieron.

Señor Jesús, Cristo Resucitado, te damos gracias por los días que nos has concedido vivir. Te pedimos que aumentes en nosotros la fe, la esperanza, la caridad. Que podamos decantar en el silencio de la oración, toda la emoción y el júbilo de este tiempo compartido. Que no sean ni los gritos ni las masas lo que nos impulse a seguirte, sino tu amor que nos dice: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23), para que nuestro testimonio sea verdadero.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Chacho! Que linda experiencia, me hubiera encantado poder vivirlo también. Gracias por compartir un poquito de todo lo que vivieron allá. Besos.
Pau Chales

Anónimo dijo...

"Que no sean ni los gritos ni las masas lo que nos impulse a seguirte, sino tu amor que nos dice: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23), para que nuestro testimonio sea verdadero."

Muy bueno hermano, gracias por compartir lo vivido!

Juanmi

Sol dijo...

Chachin, gracias por hacernos sentir que estuvimos allí! Precioso testimonio...! (te espero con la fruta q me prometiste!!) Un cariño grande, en Jesús!