Cristo. Siempre Cristo. El Resucitado, desde el Corcovado, con
los brazos extendidos, abrazando Río y mar, abarcando al mundo entero. Hacia Ti
nos dirigimos, peregrinos de los cinco continentes, peregrinos de la vida, peregrinos
hacia la Vida. Se elevan hacia Ti nuestros ojos y con ellos nuestros brazos,
nuestros corazones, para alabarte y contemplarte, para encontrarte y amarte.
Más allá de las innumerables incomodidades, aquí
estamos, postrados a tus pies, rendidos ante Ti. Queremos escucharte, ser tus
discípulos-misioneros. Tú nos llamas y nos envías: “vengan y vean … vayan y
hagan”.
Una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, y Padre de todos.
Así de hermosa es la Iglesia. Nuevo pueblo de Dios que no tiene fronteras y que
abraza toda lengua y nación, culturas y costumbres. Unidos en tu Iglesia, bajo
tu costado abierto para nosotros por el Amor.
Esto es lo que brota de mi corazón, a modo de agradecimiento,
por la experiencia vivida en la JMJ.
No soy amigo de las estadísticas en lo que a la fe se refiere.
No es la cantidad lo esencial. Sin embargo, es la primera vez que vivo
personalmente un encuentro en el que, peregrinos de tantas y tan diversas
naciones, nos unimos sabiéndonos hermanos en Cristo, hijos de un mismo Padre,
profesando la misma fe.
La Buena Noticia, que tuvo un comienzo humilde, por así decir,
en términos cuantitativos, se ha diseminado por el mundo; y el fuego del Espíritu
ha encendido los corazones, y nos ha congregado, y nos ha dado la posibilidad
de hablar el mismo lenguaje: el lenguaje del Amor.
El cariño y la admiración por el Santo Padre, el entusiasmo, la
alegría, los cantos, fueron las notas dominantes a lo largo de estos días.
Innumerables actividades se ofrecieron a los peregrinos, incluidas las
catequesis preparadas por obispos de distintos países.
Como peregrinos enviados desde Mendoza, tuvimos muy presente, en
cada una de las celebraciones (Santa Misa, Via Crucis, rosario, peregrinación,
etc.), las intenciones, los sufrimientos y alegrías, las tristezas y esperanzas
de cada uno. Especialmente en cada una de las Misas, colocamos en el altar la
vida, los rostros, de todos los que se encomendaron a nuestras oraciones, de
nuestras queridas comunidades, de los que quisieron venir y no pudieron.
Señor Jesús, Cristo Resucitado, te damos gracias por los días
que nos has concedido vivir. Te pedimos que aumentes en nosotros la fe, la
esperanza, la caridad. Que podamos decantar en el silencio de la oración, toda
la emoción y el júbilo de este tiempo compartido. Que no sean ni los gritos ni
las masas lo que nos impulse a seguirte, sino tu amor que nos dice: «El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz
cada día y me siga» (Lc 9,23), para que nuestro testimonio sea verdadero.
3 comentarios:
Hola Chacho! Que linda experiencia, me hubiera encantado poder vivirlo también. Gracias por compartir un poquito de todo lo que vivieron allá. Besos.
Pau Chales
"Que no sean ni los gritos ni las masas lo que nos impulse a seguirte, sino tu amor que nos dice: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23), para que nuestro testimonio sea verdadero."
Muy bueno hermano, gracias por compartir lo vivido!
Juanmi
Chachin, gracias por hacernos sentir que estuvimos allí! Precioso testimonio...! (te espero con la fruta q me prometiste!!) Un cariño grande, en Jesús!
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