“Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.” (Mt 7,12)
Estas
palabras del Evangelio de hoy, conocidas como “la regla de oro” tienen hoy
absoluta vigencia, o mejor: ¿tienen hoy absoluta vigencia?
El
AT lo expresa en negativo: no hagan
a los demás… Ahora Jesús las coloca en positivo: hagan. Esto no es un simple cambio lingüístico para expresar lo
mismo con otras palabras. El llamado es mucho mayor y más exigente. Es más
fácil no hacer que hacer. Porque es más fácil ser pasivo que
activo.
Dicho
de otro modo: cuesta más salir de uno mismo que mirarse el ombligo. De hecho,
es casi nuestra actitud cotidiana contemplar y velar por nuestro propio
ombligo. Y por el contrario, implica esfuerzo, ascesis, y perseverancia mirar
más allá de uno mismo.
Alguna
vez alguien -perdón por la precisión- definió el pecado como el “estar encorvado sobre sí mismo”. Es el
peso del egoísmo el que una y otra vez anida en nuestro corazón.
Eso
es justamente lo que nos nubla la vista. Y con la vista-sin-vista no podemos
reconocer al otro, ni al totalmente Otro. Con los ojos nublados perdemos el “sentido
del otro”. El miope yoísmo excluye al otro y al Otro. No hay lugar para los
otros, para el Otro, donde sólo impero Yo.
Resulta
interesante –por no decir urgente– en esta cuaresma y a lo largo de toda la
vida, revisar nuestra mirada, repasar el “sentido del otro”. ¿A quién se
dirigen nuestros ojos? y ¿por qué?
Mirar
al Traspasado, mirar a Cristo. Porque es Él quien nos enseña y nos ensancha el
horizonte de nuestra mirada. Los ojos fijos en las manos de nuestro Señor, parafraseando
el salmo. Mirar a Cristo y contemplarlo, porque Él ha mirado nuestra pequeñez,
porque Él nos ve aun cuando todavía estamos lejos para salir corriendo a
nuestro encuentro y colgar sus brazos en nuestro cuello (Lc 15). Porque su
mirada es compasiva. Porque su mirada es nuestra vida. Porque su mirada nos
salva, nos descentra.
Que
en este tiempo podamos elevar la vista y encontrar, en los ojos del Señor, el
llamado y la fuerza para hacer por otros lo que Cristo hace por nosotros. Amén.
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