6 de julio de 2005

Valores, reglas de juego y conductas.

Sometamos a 2 personas que comparten un almuerzo, al siguiente experimento: les mostramos el menú, es decir, las variedades de comida y bebida y sus respectivos precios, y les preguntamos qué quieren comer y beber, enfrentándolos con los siguientes 3 esquemas de pago de la cuenta: 1) cada uno paga lo suyo; 2) el total se divide en partes iguales; y 3) cada uno paga lo que consume la otra persona. ¿Afecta lo que cada uno pide, el esquema de pago, o por el contrario resulta irrelevante?

Si le entró la duda cuando la cuestión se plantea entre 2 personas, imagínese lo que puede llegar a ocurrir cuando el número aumenta. Vivo en un edificio de departamentos, habitado por 28 copropietarios. El agua caliente se provee de manera centralizada. Quiere decir que pago la veintiocho ava parte del agua caliente que utilizo para ducharme, es decir, “nada”. No sabe lo que demoro bajo la lluvia, dado que el agua caliente no me cuesta “nada”. Pero pago el agua caliente que utiliza cada uno de mis vecinos, a cada uno de los cuales, naturalmente, el agua también les cuesta… “nada”. Muy limpitos todos, pero utilizando más agua que la que utilizaríamos si cada uno pagara lo suyo.

Si paso del edificio donde vivo, al país en su conjunto, la modificación de las conductas es todavía más dramática. Cada uno de nosotros está entusiastamente a favor de que los jubilados cobren más, se asignen mayores recursos a la educación y a la ciencia, y también que nadie se quede sin ver los partidos de la selección nacional por televisión abierta. Porque como el costo se reparte entre tantas personas –los contribuyentes impositivos-, cada uno tiene la sensación de que no está pagando nada. En otros términos, uno demuestra que tiene buen corazón, sin costo… aparente.

¿Recuerda la oblea docente, es decir, la cucarda que hubo que pegar en el parabrisas de los autos, para demostrar que se había pagado el impuesto específico que se había creado para financiar el aumento a los maestros? Algunos de mis colegas, correctamente desde el punto de vista técnico, calificaron a dicho impuesto como distorsivo. Yo también, pero también lo califiqué de “pedagógico”, lo cual no deja de ser irónico en el caso de un impuesto para financiar el aumento a los maestros; y lo califiqué de pedagógico porque unió el aumento del gasto público, a la necesidad de explicitar su financiamiento. Fue notable el rechazo que produjo en muchos ciudadanos comunes, quienes vieron unidos su buen corazón con cierto impacto en sus bolsillos.

Los economistas diferenciamos los valores y las conductas, explicando que en función de los primeros y a la luz de las reglas de juego imperantes, generamos las decisiones. La misma persona que llegó hasta el aeropuerto de un país manejando “mal”, sale del aeropuerto de otro país manejando “bien”… sin haber recibido ningún curso de manejo durante el vuelo. Mismos valores, diferentes costos, generan distintos hábitos de manejo de los automóviles.

En base a lo cual recomendamos que, hasta donde sea posible, los precios tienen que reflejar los recursos utilizados en la elaboración de los distintos productos. Para evitar el horror de que el portero del edificio de departamentos, como no paga el consumo de agua potable del edificio, en vez de barrer las hojas con una escoba, las corra con el chorro de agua que sale de la manguera. Una locura… absolutamente racional para quien tiene que tomar la decisión, en este caso, el portero del edificio (si el consorcio le aumentara el sueldo al portero, y le vendiera el agua, veríamos como éste compraría una escoba y cerraría la canilla).

“Hace algunos años, en un viaje por barco entre Inglaterra y Dinamarca, me dio pena descubrir –al comprar el boleto- que los pasajeros pagarían por la comida que consumieran. A diferencia de los trasatlánticos, la comida no era `gratis’. De más está decir que era consciente de que en ambos casos estaba pagando mi comida. Aunque mi conducta era irracional, esto no afectó mi actitud y sufrí una muy real pérdida de utilidad en el viaje escandinavo, porque la comida me representó un costo monetario visible”, afirmó William J. Baumol, un brillante economista (Baumol, 1986).

Nítida descripción del éxito de los comedores de “tenedor libre”. Acuden a los referidos restaurantes personas que, con el deliberado propósito de aprovecharse del dueño, pretenden comer 6 bifes de chorizo, 2 docenas de morcillas y 4 kilos de papas fritas, sin pagar extra. Ignorando que, por más que –una vez abonado el ingreso- la comida es gratis, el estómago tiene su límite, y por consiguiente uno termina comiendo lo que hubiera comido en un restaurante normal, o un poquito más, pagando… bastante más. El inteligente dueño de un restaurante de tenedor libre le vende al comensal la ilusión de que lo puede embromar, cuando al final es este último quien termina embromado.

Cada tanto nos gusta vivir en la magia. El problema, como todo, está en las proporciones.
J C de Pablo

No hay comentarios.: